martes, mayo 31, 2005

Calabaza en tacha, sabor de la infancia

Hay sabores que recuerdan épocas, sabores que te devulven la infancia. La calabaza en tacha es el sabor de la infancia que en mi familia se ha transmitido por generaciones.

Calabaza dulce, cocida en azúcar y canela, sumergida en leche fría y hecha con mucho amor, decía mi padre. Calabaza cultivada en el rancho de mi abuelo, donde mi padre había abandonado su infancia.

Mi padre se sentaba en la mesa con una tasa llena de calabaza y entonces intercalaba cucharadas con recuerdos de su infancia, su cara se iluminaba de ternuara cuando recordaba a su madre, su escuela primaria, sus primos, su padre.

Nosotros nos sentábamos en los columpios de mi casa a intercalar cucharadas de dulce de calabaza con nuestro deseo de crecer, trabajar y tener hijos. Entonces reíamos de todo.
Eran tiempos felices.

Ahora, cuando llego a casa, ya no está mi padre, a los columpios les queda un solo asiento y en breve me toca a mí preparar la calabaza y contarle a Patricio los recuerdos de mi infancia.

lunes, mayo 30, 2005

Barquito de papel, lluvia de la infancia

En medio de este calor ansío la lluvia. La lluvia divertida que solo sucede en la infancia.

Recuerdo la lluvia cuando vivíamos con mis abuelos maternos. En esa gran casa de la esquina, desde donde arrojábamos barquitos de papel y los seguíamos hasta que desaparecían en la corriente que bajaba por la calle.

Recuerdo la lluvia de la primera casa de mis padres, entonces salíamos a mojarnos en ese gran patio hasta empaparnos. Jugábamos a buscar el arcoiris y nos preguntábamos si era verdad que habría oro al final del arcoiris.

La semana pasada llovío un poco. Raudo y veloz, Patricio sacó a estrenar su paragüas de ranita. El no se moja, pero sonríe, le gusta la lluvia y me devuelve la infancia.

martes, mayo 24, 2005

Tu abuelo Mariano, a Patricio

Tu abuelo Mariano, el que está en el cielo, como tu dices, era doctor. Trajo muchos niños al mundo. Así le dice la gente al hecho de nacer. Tu abuelo tenía su consultorio en la calle de Aramberri, a media cuadra de la Alameda.

A su consultorio llegaban parejas que durante años no podían tener hijos y al cabo de un tiempo veías a las mujeres felices con su embarazo. Siempre estuve orgullosa de él. Era la hija de un hombre de una profesión especial y además era un hombre honesto y lleno de ideales.

Trabajó durante casi 28 años en el Hospital de Ginecología y Obstetricia del IMSS. Al inicio lo recuerdo siempre contento de irse a la guardia de cada terncer noche. Después lo veía preocupado y lidereando un movimiento sindical. A los años, le veía triste y cansado porque el IMSS era distinto, quería jubilarse.

Te puedo decir que él fue el líder nacional del movimiento médico de los años ochenta en el que los médicos pedían una reforma estructural en la administración del Seguro Social. Vivimos tiempos difíciles, nos seguían a cualquier lado, todo el tiempo. En esos días lo veía en reuniones con sus amigos, todos contagiados del espíritu de tu abuelo. Los recuerdo escribiendo discursos, planeando paros, recibiendo llamadas.

Justo cuando tu nacías, llegó su enfermedad y falleció meses antes de su jubilación. Justo cuando tendría tiempo para sus hijos y nietos, se tenía que ir. Tu tenías entonces casi nueve meses. Durante ese tiempo te vio a diario y siempre sonreía al verte.

Tu llegabas mientras yo me despedía de él. Tu le regalabas sonrisas enmedio de su enfermedad, de su calvario. Tu eras su esperanza en ese túnel de oscuridad.

Tu abuelo fue mi padre, mi madre y mi amigo. Recuerdo que me ayudaba a ensayar canto, recuerdo que lo cobijaba esas noches en las que el no podía moverse, recuerdo haberlo visto llorar muchas veces por sus hijos, los que no tenía cerca. Recuerdo que la muerte de mi madre unió nuestros espíritus.

El día de su funeral, un médico que no conocía se acercó y me dijo: su padre fue un gran hombre, un gran médico y un gran líder, y lo menos que puedo hacer Patricio, es contártelo.

lunes, mayo 23, 2005

Yaba dabba dabba doo, bye bye

En las tardes de mi infancia existían caricaturas que no podía dejar de ver, entre ellas la Pantera Rosa, Don gato y su pandilla y Los picapiedra.

Los picapiedra en inglés o en español resultaban una delicia.

Pedro inconforme siempre con su trabajo, comiendo costillas de brontosaurio, soñando con volverse millonario de la noche a la mañana, Pedro en la Logia.

Así recuerdo a Pedro y me imagino lo divertido que fue para Henry Corden -quien falleció este fin de semana- prestarle su voz al flojo, soñador y fortachón de Pedro.

Pedro y Vilma, Pablo y Bety, Pebbles y Bam Bam, formaron parte de nuestra infancia y nos regalaron horas de estruendosas carcajadas.

Que no te sorprenda si desde la eternidad escuchas un yabba dabba doo, será Henry Corden gritando anunciando su llegada a nuevas tierras. Estaremos preparados para escuchar el clásico girto en una nueva voz.

viernes, mayo 20, 2005

Star Wars, en mi recuerdo

Patricio insiste a diario desde hace más de un mes en que lo lleve a ver Star Wars. Lo mismo hice yo a su misma edad para que me llevaran al estreno.

Entonces, el cine de moda era el Río 70. Mi madre y yo esperamos pacientemente a que mi padre terminara la consulta del día para ir juntos al cine. A media película me dormí.

Tengo fresca la entrada de la película, estoy segura que es una de las primeras imágenes gráficas que mi memoria guarda celosamente, recuerdo el sound track, la espada y las figuras de plástico y esa inmensa emoción que provocó en mi la primer película ansiada en la infancia.

No importa que mi padre me reclamara siempre el hecho de haberme dormido a media función.
Ese recuerdo hoy forma parte de los primeros de mi vida.

Me recuerdo en el cine sentada entre mis padres, en esa gran sala y me inunda esa placentera sensación de bienestar que solo los padres otorgan.

Este fin de semana llevaré a mi hijo a ver el Episodio III, espero que guarde un grato recuerdo. Para mi es un inmenso placer ir armada de su pequeña compañía.

Sacaremos las espadas a mitad de la función.

domingo, mayo 15, 2005

Daniel, mi compañero

Mi amante lleva en sus ojos el espejo de su alma.
Es sencillo y honesto.
Es mar y arena.
Lleva en sus labios la palabra precisa,
la sonrisa perfecta.
Su alma inconforme es mi refugio, sus brazos mi guarida.
Amante de lo escrito, de libros con olor a viejo.
Amante de versos que están por escribirse.

A tu lado me siento segura y tranquila.
Gracias por estos diez años con sus lunas y sus soles.

Este es solo el inicio.
Abril y soles para siempre...
Te amo.

jueves, mayo 12, 2005

Esther, mi abuela materna

Esther nació hoy hace 92 años. Hoy saqué la cuenta y me parecen muchísimos.Nació en Linares Nuevo León en el seno de una famlia acomodada. Muy pequeña perdió a su padre y su familia pasó años difíciles.
Conoció a mi abuelo Roberto en la escuela de comercio. El era maestro y ella su alumna. Se veían en la plaza. Decidieron casarse y unos días antes de la boda murió la madre de Esther y ahora la boda sería sin fiesta.
Se casaron y vivieron al inicio con su suegra que según los recuerdos de mi abuela era una señora sencilla que fue para ella como una madre. Tuvieron dos hijos y una hija.
Dice mi abuela que con la ayuda del Sagrado Corazón y con la promesa de ayudar en vida a la iglesia de la colonia, fue como pudieron comprar la casa donde hoy vive sola.
Pasaron los años, sus hijos crecieron, se recibieron, se casaron, tuvieron hijos y años de felicidad. Hasta que una noche, después de una cena familiar, su hija, Monis, la cosentida, se fue para no regresar jamás.
A raíz de la muerte de mi madre, mi abuela jamás volvió a sonreír, siempre guarda una lágrima oportuna y un recuerdo lleno de rabia porque su hija, la que hoy la vería en su vejez, se fue antes que ella.

Hoy Esther cumple noventa y dos, de los cuales muchos fueron años maravillosos y otros, años grises. Esther trata de recuperar parte de su memoria. Espero que solo encuentre los años felices.

miércoles, mayo 11, 2005

Patricio, cuando sea grande

Patricio tiene cuatro años y mientras lo llevo al colegio me dice que él quiere crecer.
Quiero ser papá, quiero tres hijos y tres hijas. Se llamarán Francés, Emiliano, Jerry, Tita, Mimí y Claudia.
Tu me vas a dar tu celular, yo te voy a hablar y tu me vas a decir hola.
Mamá, tu vas a cuidar a los niños. Si se portan bien les das un dulce y si van a la escuela les das regalos.
Yo voy a trabajar todo el día con la computadora.
Me voy a ir adelante en el carro y me voy a bañar sin chanclas.
Cuando tu y mi papá sean abuelitos yo les voya contar cuentos, todos los que quieran.

Y la vida sigue su curso.

martes, mayo 10, 2005

Esther Alicia, mi madre I

A mi madre le decían Monis porque desde las seis de la mañana lucía maquillada y de traje sastre. No la recuerdo en fachas y la única vez que la vi en bata de dormir parecía una muñeca.

Monis tuvo tres hijas y un esposo que era su devoción. Era una mujer muy sociable y cuando la recuerdan quienes la conocieron aún dejan escapar un suspiro para decir: tu madre era una dama.

Monis dejó de ejercer como Cirujano Dentista para dedicarse a su familia. Aún la recuerdo asistiendo a cursos de actualización y estudiando postgrado.

La primera de su clase, la pricesa de la preparatoria, la mejor amiga de muchas de sus amigas, la novia imaginaria de muchos y el amor de mi padre. A veces pienso que él tenía prisa por alcanzarla.

Mi madre murió cuando yo tenía seis años y mis hermanas 2 años y 11 meses respectivamente. En medio de un accidente automovilístico -absurdo para todos: una vaca encima del coche- murió de tres paros cardíacos.

El último día de su vida lo dedicó a surtir el guardarropa de sus hijas y a escoger el vestido para cuando Mariana cumpliera un año, entonces faltaba un mes.
Después de la visita a Salinas y Rocha fuimos a casa de sus padres. Era la última cena en familia. Nadie lo imaginaba.

La última vez que vi a mi madre fue en la ambulancia que nos transportaba al Hospital de Zona; mi madre me pedía que rezara para que Dios nos concediera vivir a todos. Yo pedí, él no escuchó.

Hoy es un buen día para recordar el primer diez de mayo sin su presencia.
Con seis años en mis manos encontré el escalón perfecto para esperar su llegada. Vestía de hormiga para el festival y estaba segura de que ella llegaría, jamás faltaba a nada. Jamás he llorado como entonces. Abrazaba con fervor esa maceta que con mis manos había pintado para ella, la flor ya estaba abierta. Me fui a mi casa con la maceta entre mis manos.

Hoy Patricio me regaló una maceta con una flor y lloró para conseguirla. Él no sabe lo que para mí significa su regalo. Tal vez Dios existe.

miércoles, mayo 04, 2005

Patricio, mi hijo

Una mañana me levanté con antojo de fruta. Sentía raro el estómago, una gastritis, seguro. El cambio de trabajo y las tensiones, con seguridad habían hecho estragos en mi estómago. Pocos días después me levanté vomitando.
Le hablé a mi padre por teléfono:
- papi me siento muy mal, ¿qué tomo?
- ¿qué te pasa hija?
- me levanté vomitando, siento el estómago en pedazos y solo puedo comer fruta, yo que jamás la como
- tu estás embarazada
- claro que no, ¿no recuerdas que fuimos juntos a la ecografía y que me dijeron que era un tumor? estoy esperando que me baje para tomar pastillas
- qué emoción, voya ser abuelo, hazte una prueba
- ya te dije que no estoy embarazada, pero solo para que me recetes algo me haré la prueba
- pues ya ve ya ándale ¿qué esperas?
- bueno voy al san vicente, ahí por tu consultorio
- sí, ahí te tienen la respuesta hoy mismo, ándale córrele
Llego al hospital, hago fila, doy la orden -una detección de hormona de gonodotropina coriónica en sangre porfavor- pago, me siento a esperar, me sacan sangre, perfecto.
A las cinco de la tarde decido ir al mercado por unos mangos, compré dos bolsas enormes y me dirigí al consultorio de mi padre, donde aguardaba con impaciencia.
- ¿ya fuiste por el resultado?
- no, al rato voy, Daniel viene para acá, aquí quedé de verlo
- no, ve ya, cierran en unos minutos y tendrás que esperar a mañana

Bueno, qué prisa pensé mientras caminaba al hospital, nerviosa pero segura de mi gastritis.
Veo el sobre, lo abro y leo POSITIVO, así con mayúsculas. Me ganó la prisa por llegar, con miedo, con ansiedad, incredulidad y alegría.

- es positivo ¿verdad?
- ¿qué haré con un hijo? y en ese instante yo sabía que tendría un hombre
- !disfrutarlo! qué emoción, grito mi padre al saberse abuelo.

Mariano mi padre ya abrazaba su secreto, guardaba celosamente un cáncer de pulmón que ya le causaba dolores de cabeza y seguramente agregó una esperanza para luchar por vivir aunque fuera un poco más.

Llega Daniel, yo sentada, muda.
- ¡Felicidades, vas a ser papá! le dijo mi padre, mira nomás qué méndigos, me hacen abuelo, yo que no quería, jajaja. Felicidades, repetía mi padre. Vestido en su impecable chaquetín blanco sentado en el escritorio de su consultorio, esta vez, le daba la noticia a su yerno, a su hija, por fin llegaba su nieto y quería que le alcanzaran los días para conocerte.

Daniel se lo tomó con rareza, extrañado de que fuera mi padre quien le diera la noticia.
Los dos nos mirábamos a los ojos pensando qué haríamos si nosotros mismos nos sentíamos dos pequeños abrazando ausencias.
Caminamos hasta el Brasil, ahí le contamos a Moani, me comí un plato de frutas y nos fuimos al mítin de Cárdenas. Ahí entre ese gentío, me caía la idea, me emocionaba tu pequeña y abrazable presencia en mi vientre.
Pasaron los meses, adentro y afuera del hospital, inyecciones, impaciencia, tu prisa por llegar, medicinas para el asco, medicinas para retenerte en mi vientre, medicinas para vitaminarte, sueros, piquetes, pasé de todo Patricio, pero estaba segura de que un día te abrazaría.
A los siete meses, ante los ojos de tu emocionado padre y ante mis atónitos ojos, nos confirmaron que eras hombre, nosotros ya te llamábamos Patricio. Nos dieron noticias encontradas, nos sugerían estudios genéticos, hicimos de todo, pero tu estabas por llegar y siempre tuviste prisa por salir. El doctor no te podía medir con precisión, desde las diez semanas hacías parranda en mi abultado vientre. Parecía que tendría gemelos. Eras solo tú y cuatro litros de agua en mi vientre, espacio suficiente para darte vueltas.

- Claudia, no podemos esperar más, no sé qué le pasa a tu padre, tiene mucha prisa- me dijo Carlos, mi médico y amigo de mi padre. Ya tienes la presión arriba y edema. Hoy es viernes y el lunes te espero en la clínica oca, donde ya éramos famosos: tu por inquieto y yo por mis prolongadas estancias.

Tu padre y yo pasamos el fin de semana en pijamas esperando que fuera lunes, arreglamos la maleta, la vida y los corazones para recibirte.
Nos despedíamos en ese cuarto donde me preparaban para el quirófano, cesárea necesaria, adiós al curso de Poli y Eli en el que tanto nos carcajeamos tu padre y yo. Ahí, nos dimos un beso y nos despedimos.

Entré al quirófano, estaba mi médico Carlos acompañado del mejor amigo de tu abuelo Tijerina, los tres compañeros de guardia y el anestesiólogo que saludó a tu abuelo cuando llegó.
Veía por esa enorme lámpara arriba de mi cabeza que abrían mi vientre, veía mi sangre, mis vísceras.
- Claudia, ya lo vamos a sacar, vamos a sentir un empujoncito, me dijo Tijerina
- Ay guey, gritó tu abuelo, tiene los guevos de su abuelo, las risas no se hacían esperar.
Descubieron una cobijita azul que envolvían a un pequeño que tenía mi boca y los pies de su padre, sin duda era nuestro hijo. Te besé por primera vez.
Te arreglaron y te sacaron llorando en una incubadora, donde tu padre te vio, a través de un cristal para tomarte fotos por pimera vez, tu primer llanto, tu primer momento en la vida para sentirte querido por tu padre.
Tu padre emocionado le decía a tu abuelo, yo conozco esa boca, la tuya que era lo único que te heredaba en ese momento.
Todos, todos los que te imagines fueron a verte al hospital: tus tíos todos, tus tías todas, las bisabuelas puestas, tus tías enloquecidas, tus tíos que no sabían cómo cargarte, nuestros amados amigos todos, regalos y regalos, no faltó nadie para compartir la alegría de tu llegada.

De vuelta en casa llegamos contigo en brazos, estrenándonos como padres. Viéndonos en tí, viendo en tí a nuestros padres y llevando sus nombres.

Así fue tu llegada a mi vida, oportuna Patricio, llegaste a regalarme tu mirada, tus besos, tus abrazos incodicionales. Llegaste para salvarme del horror de ver morir a mi padre. Llegaste a acompañarnos, a borrarlo todo con una sonrisa.

Hoy se cuál será la última imagen que me llevaré en mi último suspiro:
esa foto que reina en casa, donde aparecen tu y tu padre sonrientes.

Postdata.
Ocho de la noche, durante muchos meses, sonaba el timbre de nuestra casa, ¿lo recuerdas?
era tu abuelo, venía para verte y quererte, para que un día como hoy te sientiras querido por él cuando te dijera que te vio a diario, cada día de su vida.

martes, mayo 03, 2005

Lupita Laura, una tía de corta vida

Querida Lupita Laura,
Tomaste leche del pecho de tu madre, tal vez alcanzaste a balbucear algunas palabras, tal vez diste dos pasos. Solo para eso te alcanzó la vida, pero te cuento la que pudo ser tu vida.
Tuviste cinco hermanos y dos hermanas. Todos brillantes, buenos y generosos excepto dos ejemplares de los que aún no les conocemos virtud.
Tu madre y tu padre te amaron, estoy segura, mi padre, o sea tu hermano, siempre te llevó en su corazón, nos platicó de tí y le puso Laura a una de sus hijas.
Tienes chorromil sobrinos y sobrinos nietos, todos han sido razas mejoradas con los cónyuges que hemos escogido. Ya sabes, la tarea es eliminar algunos genes lozano recesivos en peligro de volverse dominantes.
A tu madre le diagnosticaron leucemia y de ahí en adelante ese gen que corresponde a la predisposición al cáncer persigue a la familia. Se lleva a unos y deja a otros en una batalla diaria por la vida. Tu padre murió en brazos de mi padre y acompañado de sus nietos.
Sí Lupita Laura, la vida es así, llena de alegrías y tristezas, llegan a montones, en manojo o en puñado.
Casi nunca llegan solas.
Desde aquí te abraza tu sobrina, desde el mundo de los vivos.

lunes, mayo 02, 2005

30 de abril todos los años

Treinta de abril en cualquier año. En la escuela nos comía el sol mientras veíamos un espectáculo conmemorativo: Juan Pestañas y sus amigos. Subíamos al salón y comíamos lonches de nosequé, una soda y un gansito.
De ahí al transporte, cuarenta grados: mareados, oliendo güercos sudados, todos apretujados. Precisas sardinas enlatadas. Nos bajaban en casa, comíamos y despúes, Tencha, la señora del transporte volvía por nosotros.
Cuatro de la tarde recién bañados vestidos de fiesta para recibir la sorpresa que la generosa Tencha hacía para los que alquilaban su serivicio.
Teatro guiñol, piñata, música y dulces, bromas pesadas y los pleitos de siempre: córtala. De vuelta al transporte, el esposo de Tencha maneja ahora y como siempre, se pregunta qué será mejor para hoy: matar un perro o chocar despacio.
Ya en la noche llegaba mi padre. Recuerdo ese 30 de abril que nos regaló el intelevision, el ultratatarabuelo del x box. Maravillosos días. Sin nada de qué preocuparnos.

Patricia y Mariana, este recuerdo es para ustedes, para que no olviden un 30 de abril.