martes, diciembre 22, 2009

Navidad

Tendría tres o cuatro años. Vivíamos entonces en la casa de mi abuela materna,acabábamos de llegar de vivir en México, donde mi padre había estudiado su postgrado de ginecología.

Esa navidad había pedido una larga lista de regalos: una casita de muñecas blanca y con techo rojo, unos collares, una bolsita, trastecitos y una muñeca "la comiditas". La mañana del 25 de diciembre, salté de la cama para ir corriendo al árbol y no encontré nada balo el árbol. Mi padre corrió detrás de mi, seguido por mi madre. Claudia, ve por la ventana, quizá dejó algo afuera. Recuerdo que apenas alcanzaba el filo de la ventana y ahí estaba una enorme casita blanca con techo rojo. Aún ahora me palpita el corazón cuando recuerdo la emoción que sentí entonces, cuando, al abrir la puerta de mi casita encontré en su interior una mecedora de terciopelo turqueza y en ella sentada a la muñeca que había pedido. Pasé horas maravillosas en esa casita y también, recuerdo haber llorado amargamente un par de años después, cuando mi madre murió, y cuando abruptamente, me develaron el misterio de la navidad.

Esa casita duró muchos años en el mismo patio de la casa de mis abuelos. Ahora ya no exite, mis abuelos no están, mis padres tampoco y si lo pienso con detenimiento, estoy segura, que lo mejor de la navidad son precisamente los recuerdos y claro, lo que estemos dispuestos a añadir a la historia personal de nuestras vidas, que en muchos sentidos, pertenece a nuestros hijos, a nuestra pareja y a nosotros mismos.

lunes, septiembre 28, 2009

Mauricio 3 años

Antes de que naciera Mauricio, su padre solía decir que faltaba alguien en la fiesta. Él fue el primero que lo vio nacer. Lo vio aún en mis entrañas, en esa bolsa humeante, seguro nos contempló unidos por nuestros ombligos y estuvo cuando ese cordón se cortó y nuestras vidas tomaron sus rumbos.

Hoy cumple tres años y se levantó muy contento, le cantamos las mañanitas y no tardó en cantarlas, de nuevo, él mismo. Bajó por las escaleras hecho un galán de pequeño uniforme y entre sus brazos sus dos regalos: un globo y una pelota. Parecía que no necesitaba más en el mundo para ser feliz, y es cierto.

Llegó a la escuela caminando a prisa, con la mochila nueva que su padre le compró y entró a su salón partiendo plaza, con todo listo para festejar con sus compañeritos.

Es un niño que ha luchado mucho por vivir, por superar a su propio organismo y me siento terriblemente orgullosa de él, de su salud y de todos los pequeños logros que tiene a diario.

Mauricio, sirvan estas letras para decirte que ha sido un placer compartir contigo estos tres años: te amo desde que supe que existías.