jueves, marzo 31, 2011

Utopía

Hoy es el día perfecto para decir que quiero. Quiero despertar descansada y lúcida.
Quiero tener tiempo para maquillarme antes de salir de casa. Quiero que me alcance el tiempo (y no el cansancio) para tomar un jugo por la mañana, o cuando menos, una taza de café con tranquilidad.

Quiero que transcurra un día perfecto: logrado en mi trabajo, fluido en mis lecturas. Sin correos en mi bandeja. Quiero entrar al msn y encontrarme con mi hermanos y que me alcance el tiempo para preguntar a cada uno de los siete cómo está y qué es de su vida.

Quiero salir temprano para comer con D en algún lugar desconocido y que sea como hace quince años. Es más que tengamos en ese momento quince años menos. Que lleguemos al postre y a la larga sobremesa de temas despreocupados.

Quiero llegar a mi casa y que alguien cocine para nosotros y sobre todo, que alguien me sirva un plato de sopa o caldito caliente. Quiero después ir a merendar a casa de mi abuela, y ver a mis hermanos.

Quiero que mis padres estén vivos para pasar como hacen casi todos, un dominguito de carne asada. Quiero ir a ver a mi suegra, llevarle flores sin ser diez de mayo, y pasear con ella en el Parque Fundidora. Quiero ir a surtir su despensa y dejarla en la puerta de su casa.

Quiero ir por la calle sin miedo, sin ver soldados, prender las noticias y esperar que lo peor sea el clima, que mucho sol, o que lluvia o que el frente frío. Quiero cruzar por Constitución y Morones en dos sentidos.

Quiero que al caer la noche pueda llegar a casa, hacer de cenar, que mis hijos se vayan a dormir y me dejen platicar con su padre. Quiero terminar un día viendo un capítulo de The Sopranos. Quiero querer ser la mujer o la hija de Tony.

Quiero estar editando un catálogo de arte, de esos preciositas, de preferencia de Manuel Felguérez. Quiero dormir una noche de ocho horas sin interrupción, a cuerpo tendido sobre una habitación con clima.

Quiero ese día perfecto, esa vida perfecta, todos vivos, todos bien.
Utopía

martes, marzo 08, 2011

Mi abuelita Esther

Linares le vió nacer en el mes de mayo.
La úlima de un montón de hijos.
La que menos disfrutó a su padre, porque murió joven.
La que corrió la fecha de su boda en marzo por la muerte de su madre.
La que estudió comercio y se enamoró de su maestro porque tenía bonitos modos.
La que casi se casa de negro.
La que vio a su suegra como una madre.
La que se salía a dar la vuelta mientras sus cuñadas se peleaban.
La que le dio dos varones y una nena a Roberto.
La que le ofreció a Dios ayuda eterna en la iglesia a cambio de su casa.
La que lloraría la muerte de su princesa a los treinta y tres.
La que acogió a sus nietas.
La que me llevaba lonche a la escuela, por las rejas cuando no me dejaban verla.
La que cumplió 50 años de casada, con misa y fiesta.
La que ayudó a Roberto a bien morir leyéndole rezos.
La que era querida por todas sus vecinas.
La que siempre se quejaba de la ausencia de sus hijos, de la nuestra.
La que quería que me casara como todas las chicas, joven de blanco y con un buen chico.
La que fue a mi boda y nos regaló cinco mil pesos para nuestro primer departamento, en billetes viejos que Roberto había guardado por tanto tiempo.
La que estuvo cuando nació mi primer hijo.
La que perdió el conocimiento.
La que llenaba de cosas inútiles su casa.
La que le tejió una colchita verde a mi segundo hijo, nunca supe cómo recordó el hecho.
La que pasó sus últimos días en un asilo.
Con la que pasé noches en el hospital tomada de su mano, como si eso me ayudara a entrar en su mismo sueño.
De la que supe que una fibrosis pulmonar, amenazaba sus intentos por respirar.
Se murió el día en que cumplía años su amado Roberto.
Para mí se fue este este viernes, cuando lo supe, en la puerta del asilo, en medio del tráfico, del gentío, bajo el sol, con mis hijos lejos, con nadie cerca.
Daniel al teléfono regalándome calma.
Garza Sada y Constitución largos para llegar por mis hijos, no lloro porque no quiero que se pongan mal.
Me toca darles la mala noticia a mis hermanas, a mis hermanos, a la esposa de mi padre, que siempre ha estado cerca.
Todos tratamos de comprender la exclusión.
Todos lloramos su ausencia.
Escribo porque no puedo llorar lo suficiente, para que su vida cobre sentido,
para que mis recuerdos no se vayan con el tiempo.
Te quiero abuelita mía.