viernes, enero 06, 2012

Lo que en el agua del mar se queda

Pasan los días y no puedo escribir. Algo se me ha ido últimamente y no se si las palabras lleguen a mí como llegaban antes, como una visitación. Lo cierto es que extraño hasta la sensación física de que aquello llegaba, y me revolcaba en un mar de lágrimas, y aquello duraba días, semanas, o meses. Ansío sentirme en el mar, flotar en sus aguas que adormecen la vista, que adormecen el cuerpo y los sentidos. Extraño el agua salada y el cielo nublado. La sensación de dividirme en dos mientras al nadar veía el sol. Extraño la arena entre los dedos, el azul del mar, el sonido del agua cuando rompen las olas. Los cangrejos dimiutos y casi transparentes que se pasean sobre esa superficie blanca y arenosa. Extraño el sol, los recuerdos que me llegaban mientras veía el arrecife desde el parador. Quiero ver a mis hijos coleccionar conchas a la orilla de la playa. Las bolsas de sus bañadores henchidas de formas que el mar regala como si fueran trozos de secretos. Daniel flotaba plácido y se dejaba llevar por las olas, sus recuerdos llegaban y lo abrazaban, volvían y se marchaban. Lo veía adormecerse en el suave ritmo del mar. Los secretos que él y el mar se guardan, los secretos que él y yo nos decíamos sin palabras en medio de las mansas aguas de ese mar, bajo un cielo azul y nublado.