miércoles, marzo 28, 2012

Mar II

Cada noche, casi como un ritual a media luz, busco las fotos del mar. Me recuerda el libro de El Don del mar que heredé de mi madre y que releí en muchas ocasiones. El mar me remite a lo que no conocí con mi madre, a donde fui una sola vez con mi padre. Estoy segura de que me recuerda mi origen, el cálido vientre de mi madre. La espera de mi padre. Después leo las redondas letras que mi madre escribía para contarle a la tía Andrea que ya era capaz de hablar todo en diminutivo, o bien que ya comía huevito. Veo el mar y me recuerda lo que amo y tengo lejos, me remite a la imposibilidad de todo lo que no se puede dar, y me remite a su sonido. La noche en que pisamos Tulum, nos cubría un negro cielo estrellado, imposible ver el mar, solo podía escucharlo. Así que volví al él por el oído, me tiré en un camastro y extendí mi mano para escribir mi nombre sobre la arena. Como si escribiera: aquí dejo un pedacito de mi alma, en esta arena blanca, limpia, llena de diminutas conchas, de pequeñísimos cangrejos. Entro al mar y me acuesto sobre su agua, me dejo llevar con su corriente, en esa agua azul celeste que me recuerda que esos momentos son únicos, asi que cierro los ojos y me dejo arrastar por la corriente, no importa a donde me lleve, siempre habrá una piedra pequeña, bajo la escalera café, donde habita un recuerdo que en silencio me pertenece.