Todos recordamos aquellas historias de mujeres que
trabajaban en las maquiladoras de ciudad Juárez en el estado de Chihuahua, que
desaparecían y en algunos casos, los restos de las mujeres que aparecían en
zonas alejadas de la zona urbana. La desaparición y los feminicidios se veían
como casos aislados, parecía que nunca se extendería.
Sergio Rodríguez, quien fuera editor del suplemento del
Ángel, del periódico Reforma, escribió en el 2002 un libro titulado “Huesos en
el desierto”, en el que narró la situación de la violencia que en parecía tan
atípica en el país, como si solo pudiera sucederle a ciudad Juárez. Sergio
describió desde la trinchera periodística un horror que tenía patrones en comunes:
violencia, abuso sexual y quizá, lo más desolador: los restos de las víctimas
aparecían tirados, huesos descarnados, como desechos, tirados en medio del
desierto. Entonces esa imagen parecía lejos de los demás estados.
Solo la imagen de una mujer tirada, como basura, en medio
del desierto o en medio de un río, de una cisterna, debe dolernos, debe
calarnos hondo, debe sacarnos a la calle, a enfrentar a las distintas esferas
de poder, nuestros derechos están escritos. Me pregunto ¿cuántas marchas y
cuántas vidas de mujeres son necesarias para que nos tomen en cuenta?
A raíz de la desaparición y de los feminicidios de María
Fernanda Contreras y de Debanhi Susana Escobar Bazaldúa, el movimiento
feminista ha logrado posicionar el tema en la agenda de los medios de
comunicación, ha logrado visibilizar la importancia de ejercer el derecho que
tenemos a una vida libre de violencia.
La foto de Debanhi, sola, en un camellón, en medio de una
carretera, se volvió en el estandarte para que miles de mujeres en el país se
organizaran para salir a pedir un derecho básico como es poder regresar seguras
a casa.
A todos nos contagió la angustia de sus padres y se
convirtió en la hija, la hermana, la amiga de todas. Ahora su foto es un
símbolo de lucha a la que se ha lanzado un único frente, las mujeres.
La resolución del caso de Debanhi hizo que salieran a la luz
miles de historias de hijas, hermanas y madres desaparecidas. En todos los
casos falta no solo difusión sino solución ¿dónde están? ¿Por qué las fiscalías
no resuelven los casos? ¿Por qué siguen culpando a las mujeres de sus
desapariciones y de sus muertes?
El caso de Debanhi no solo nos consternó, sino que también
nos recordó, el valor del acompañamiento, de salir a tomar las calles, de
enfrentar a un gobierno, a una fiscalía y a servidores públicos a los que les
urge tomar cursos de perspectiva de género. A todos los niveles de gobierno les
urge incluir el tema en sus agendas, la violencia es un tema prioritario.
Al Instituto de la Mujer del estado de Nuevo León, un
organismo descentralizado, le urge retomar las funciones preventivas:
documentar casos, acompañar a mujeres en situación de violencia, impartir los
cursos de perspectiva de género a funcionarios públicos y a cualquier
institución que lo solicite. Debe asumir que es un organismo descentralizado,
cuyas partidas deben estar encaminadas a la prevención de la violencia y de
género y hacia la promoción de iniciativas como la paridad, que por cierto, no
aparece en la nueva propuesta del ejecutivo estatal.
Es momento de unirnos y exigir desde nuestros pequeños
frentes, todas las acciones posibles para hacerle frente a la violencia, desde
la educación con perspectiva de género y hacer que se respete en todos los
niveles de convivencia. Urge que nos incluyan en sus agendas, somos un tema prioritario,
urgen acciones y metas concretas para alcanzar nuestros derechos. Basta de
invisibilizarnos, basta de esta violencia descarnada por haber nacido mujeres. Que
no se les olvide que nos faltan muchas y las seguiremos esperando.