En esas cuatro letras me reencuentro. En esas cuatro letras fundo mi corazón y mi amor diario. Esa palabra bisílaba y débil me da fuerza para soportarlo todo. Para cargar con todo. Para hacer a un lado todo y seguir mi camino.
Esas cuatro letras me hacen la mujer que soy, y la que debo ser. Me recuerdan que tengo una obligación. Esa justa palabrita, la que tanto me dolía no poder pronuniciar de niña, me ha rescatado, incluso de mi misma.
Tengo el privilegio de ser madre. Han sido concebidos en mi vientre, los padecí en mi cuerpo. Me robaron todo: mi figura, mi energía, mi estómago. Los amaba desde antes de conocerlos. Nos unía el ombligo y el latido de nuestros corazones.
Ellos no saben, nunca sabrán, que siempre quiero que mayo pase rápido, porque me duele no tener a madre para verle envejecer, para cargarla, para acompañarla, para reirnos juntas, para acudir a su consejo, o para cerrar sus ojos, para ir a la playa juntas. La acompañé, estoy segura, hasta el último latido de su corazón. Hasta su último aliento. Todo me remite a ella. De ella vengo y a ella me debo. De ella soy. Ella es de mí, y mía. Llevo su sangre, su apellido y su sonrisa, su altura, su cabello negro, lacio y largo, facciones de mi rostro, rasgos de mi cuerpo.
Mami linda, querida, tu que colgaste tu título de dentista para atenderme, mimarme amarme el corto tiempo que la vida nos dejó, te digo ahora, que soy madre, que te amo, que te llevo, que en tí soy, que de ti vengo. Soy tu. Tu mía. Yo tuya.
Mami, te quiero siempre.
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