Una mañana me levanté con antojo de fruta. Sentía raro el estómago, una gastritis, seguro. El cambio de trabajo y las tensiones, con seguridad habían hecho estragos en mi estómago. Pocos días después me levanté vomitando.
Le hablé a mi padre por teléfono:
- papi me siento muy mal, ¿qué tomo?
- ¿qué te pasa hija?
- me levanté vomitando, siento el estómago en pedazos y solo puedo comer fruta, yo que jamás la como
- tu estás embarazada
- claro que no, ¿no recuerdas que fuimos juntos a la ecografía y que me dijeron que era un tumor? estoy esperando que me baje para tomar pastillas
- qué emoción, voya ser abuelo, hazte una prueba
- ya te dije que no estoy embarazada, pero solo para que me recetes algo me haré la prueba
- pues ya ve ya ándale ¿qué esperas?
- bueno voy al san vicente, ahí por tu consultorio
- sí, ahí te tienen la respuesta hoy mismo, ándale córrele
Llego al hospital, hago fila, doy la orden -una detección de hormona de gonodotropina coriónica en sangre porfavor- pago, me siento a esperar, me sacan sangre, perfecto.
A las cinco de la tarde decido ir al mercado por unos mangos, compré dos bolsas enormes y me dirigí al consultorio de mi padre, donde aguardaba con impaciencia.
- ¿ya fuiste por el resultado?
- no, al rato voy, Daniel viene para acá, aquí quedé de verlo
- no, ve ya, cierran en unos minutos y tendrás que esperar a mañana
Bueno, qué prisa pensé mientras caminaba al hospital, nerviosa pero segura de mi gastritis.
Veo el sobre, lo abro y leo POSITIVO, así con mayúsculas. Me ganó la prisa por llegar, con miedo, con ansiedad, incredulidad y alegría.
- es positivo ¿verdad?
- ¿qué haré con un hijo? y en ese instante yo sabía que tendría un hombre
- !disfrutarlo! qué emoción, grito mi padre al saberse abuelo.
Mariano mi padre ya abrazaba su secreto, guardaba celosamente un cáncer de pulmón que ya le causaba dolores de cabeza y seguramente agregó una esperanza para luchar por vivir aunque fuera un poco más.
Llega Daniel, yo sentada, muda.
- ¡Felicidades, vas a ser papá! le dijo mi padre, mira nomás qué méndigos, me hacen abuelo, yo que no quería, jajaja. Felicidades, repetía mi padre. Vestido en su impecable chaquetín blanco sentado en el escritorio de su consultorio, esta vez, le daba la noticia a su yerno, a su hija, por fin llegaba su nieto y quería que le alcanzaran los días para conocerte.
Daniel se lo tomó con rareza, extrañado de que fuera mi padre quien le diera la noticia.
Los dos nos mirábamos a los ojos pensando qué haríamos si nosotros mismos nos sentíamos dos pequeños abrazando ausencias.
Caminamos hasta el Brasil, ahí le contamos a Moani, me comí un plato de frutas y nos fuimos al mítin de Cárdenas. Ahí entre ese gentío, me caía la idea, me emocionaba tu pequeña y abrazable presencia en mi vientre.
Pasaron los meses, adentro y afuera del hospital, inyecciones, impaciencia, tu prisa por llegar, medicinas para el asco, medicinas para retenerte en mi vientre, medicinas para vitaminarte, sueros, piquetes, pasé de todo Patricio, pero estaba segura de que un día te abrazaría.
A los siete meses, ante los ojos de tu emocionado padre y ante mis atónitos ojos, nos confirmaron que eras hombre, nosotros ya te llamábamos Patricio. Nos dieron noticias encontradas, nos sugerían estudios genéticos, hicimos de todo, pero tu estabas por llegar y siempre tuviste prisa por salir. El doctor no te podía medir con precisión, desde las diez semanas hacías parranda en mi abultado vientre. Parecía que tendría gemelos. Eras solo tú y cuatro litros de agua en mi vientre, espacio suficiente para darte vueltas.
- Claudia, no podemos esperar más, no sé qué le pasa a tu padre, tiene mucha prisa- me dijo Carlos, mi médico y amigo de mi padre. Ya tienes la presión arriba y edema. Hoy es viernes y el lunes te espero en la clínica oca, donde ya éramos famosos: tu por inquieto y yo por mis prolongadas estancias.
Tu padre y yo pasamos el fin de semana en pijamas esperando que fuera lunes, arreglamos la maleta, la vida y los corazones para recibirte.
Nos despedíamos en ese cuarto donde me preparaban para el quirófano, cesárea necesaria, adiós al curso de Poli y Eli en el que tanto nos carcajeamos tu padre y yo. Ahí, nos dimos un beso y nos despedimos.
Entré al quirófano, estaba mi médico Carlos acompañado del mejor amigo de tu abuelo Tijerina, los tres compañeros de guardia y el anestesiólogo que saludó a tu abuelo cuando llegó.
Veía por esa enorme lámpara arriba de mi cabeza que abrían mi vientre, veía mi sangre, mis vísceras.
- Claudia, ya lo vamos a sacar, vamos a sentir un empujoncito, me dijo Tijerina
- Ay guey, gritó tu abuelo, tiene los guevos de su abuelo, las risas no se hacían esperar.
Descubieron una cobijita azul que envolvían a un pequeño que tenía mi boca y los pies de su padre, sin duda era nuestro hijo. Te besé por primera vez.
Te arreglaron y te sacaron llorando en una incubadora, donde tu padre te vio, a través de un cristal para tomarte fotos por pimera vez, tu primer llanto, tu primer momento en la vida para sentirte querido por tu padre.
Tu padre emocionado le decía a tu abuelo, yo conozco esa boca, la tuya que era lo único que te heredaba en ese momento.
Todos, todos los que te imagines fueron a verte al hospital: tus tíos todos, tus tías todas, las bisabuelas puestas, tus tías enloquecidas, tus tíos que no sabían cómo cargarte, nuestros amados amigos todos, regalos y regalos, no faltó nadie para compartir la alegría de tu llegada.
De vuelta en casa llegamos contigo en brazos, estrenándonos como padres. Viéndonos en tí, viendo en tí a nuestros padres y llevando sus nombres.
Así fue tu llegada a mi vida, oportuna Patricio, llegaste a regalarme tu mirada, tus besos, tus abrazos incodicionales. Llegaste para salvarme del horror de ver morir a mi padre. Llegaste a acompañarnos, a borrarlo todo con una sonrisa.
Hoy se cuál será la última imagen que me llevaré en mi último suspiro:
esa foto que reina en casa, donde aparecen tu y tu padre sonrientes.
Postdata.
Ocho de la noche, durante muchos meses, sonaba el timbre de nuestra casa, ¿lo recuerdas?
era tu abuelo, venía para verte y quererte, para que un día como hoy te sientiras querido por él cuando te dijera que te vio a diario, cada día de su vida.
1 comentario:
Esa noche hacía frío, Claudia. La ciudad estaba gris y yo venía desde el Conarte después de un largo día. No tenía muchos ánimos de estar en la ciudad. Recuerdo que bajé del ruta Uno ahi frente frente al Palacio Federal y caminé hasta su casa por Washington y después por Zaragoza. Toqué. Subí las escaleras. Había una luz amarillenta en su casa y Daniel escuchaba algo, no sé qué. Tú apareciste sonriente y aún medio abultada. Luego pasé al cuarto a ver a Patricio. El cuarto estaba muy caliente y había creo, un gran calentador en una esquina. Olía a bebé y me reconfortó tanto su felicidad y el sueño de Patricio en su cuna con velos blancos. Miraba la boca de su hijo y afuera oía los coches en la calle. Es mi primer visión de Patricio. Luego hay más, claro: cuando lo cuidé en el d.f. cuando voy a visitarlos a su casa y le cuento la historia del perro que saca la lengua. Me gusta tu blog, vaya, más me agrada tu amistad.
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