viernes, noviembre 11, 2011

Sesenta y cinco No puedo imaginar canas sobre tu larga y perfecta cabellera negra. No puedo imaginar arrugas en tu perfecto rostro, ni lerdo tu andar. No puedo imaginarte en ropa holgada, de esa que esconde el paso del tiempo en nosotras las mujeres. Tus trajes sastres perfectos, entallados a tu delgado cuerpo, tus medias, tacones altos. La edad perfecta, madre. Te fuiste en la edad perfecta. Ahora pienso que sí, que nos faltaron muchas cosas por vivir, y que sin embargo, moriste bella y joven, y así permaneces en mi recuerdo, intacta, bella y perfumada. Joven y bella. Perfecta. Este andar ha sido largo sin ti, pero cuando pienso en tu amor por lo bello, me gusta pensar que lo te fuiste bella, intacta y casi viva. No te imagino de abuela, ni doliéndote de las ausencias, o de la muerte de mi padre, o quejándote de los males de la edad, ni viviendo la vida que corresponde a tu década. Fuiste siempre una princesa, la mía, la de los cuentos, la de mi vida, la que me dio vida, la que me vio caminar, comer, reír. Esta semana me acordaba de lo que te preocupaba mi cicatriz por la apendicitis, mami, nunca usé bikini, en ninguna playa. Acabo de regresar de una visita a un mar azul, donde nadie sola, o con mi amado, o con mis hijos. Desde mi silla se contemplaba esa azul en el que se pierde lo real de lo imaginario. Y en mi tocador, descansa siempre un chanel, que me acerca a tu aroma, o a lo que usaras ahora, o a lo que fuera tu recuerdo. Feliz cumpleaños princesa de mi cuento, te extraña la reina de tu vida.