miércoles, junio 08, 2011

El dolor de los otros : : Caravana por la Paz y la Dignidad

"Traigo tanto sol adentro, que ya tanto sol me cansa" dice el Poema Sol de Monterrey de Alfonso Reyes.
Antes de las seis empezamos a llegar a la Macroplaza los que saldríamos un poco más tarde marchando rumbo a la Plaza de Colegio Civil donde nos esperaban otros tantos. Había decidido dejar de quejarme y hacer algo. Entonces marchar era la opción. Mis hijos me acompañarían, me convencía yo, para que tuvieran su primer lección cívica en la vida.
Le explicaba al mayor, que el que se queja y no hace nada, no tiene derecho ni a quejarse. Esperaba, según yo, mares de gente, de esos que se sienten indignados en las redes sociales.
No, no llegamos tantos, pero seguro fuimos en nombre de muchos que decidieron quedarse en casa. Enfiló la marcha y nosotros en ella. Mis hijos y yo gritábamos proclamas, empezamos por "Ni un muerto más" y entre más lo repetía más me indignaba lo que acontece a diario. Después cambiamos "Monterrey no es cuartel es ejército de él" y ahí el sentimiento era ambiguo. Sin embargo, el que más se escuchaba, el que más coraje nos daba a todos, ya cuando caminábamos por la Avenida Juárez era "Pueblo protesta o jamás saldrás de ésta". La gente entonces cambiaba su cara a despavorida, otros se unían con el claxón, otros, los menos, se animaban a caminar junto a nosotros por encima de la banqueta.
Llegamos a Colegi Civil, ya había mucha más gente aguardando nuestra llegada. No podía creer que hubiera tomado una calle, que me hubiera atrevido a estorbar el tráfico, pero cuando recordaba la carita de mi nene pequeño y su voz gritando "Ni un muerto más" me convencía de que había hecho lo correcto. Estábamos exigiendo una ciudad como en la que yo crecí. Y en la que merecen vivir.
Dos grupos de rock entre los testimonios de allegados a víctimas de la delincuencia. Caída la noche, llegó la Caravana.
Javier Sicilia llegaba con otros que habían perdido un hijo, una hija, un esposo, un sobrino. Y empezó la ola de testimonios. Todos increíbles. Todos atendidos con el desprecio de la autoridad. Muchos reclamaban el despertar de la sociedad para exigir la paz en la que merecemos vivir. Otros se preguntaban, cómo era posible que en una ciudad como esta, donde vivimos cosas terribles a diario hubiera tan poca participación ciudadana. La mayoría eran jovencitos, muchos otros, que somos hijos de los que vivieron el 68 y que de alguna manera nos heredaron el gen de la inconformidad.
Cada testimonio iba acompañado de inmenso dolor. Hubo ocasiones en las que el llanto prevaleció a la historia y todos comprendíamos. No están solos. Una mujer, a la que le han matado a todos sus hermanos dijo "el dolor duele, duele hasta la sangre" y esa frase cala hondo. Cómo no sentir su dolor, cómo no querer cobijar a las mujeres cuyo dolor les impedía hablar. La esperanza de ver a su amado familiar, de tener alguna información llegaba a dar escalofrío. No es posible que no seamos informados de todo lo que acontece. La lista crecía, algunos victimados inocentes, otros inculpados inocentes, otros muertos, pero a todos se los habían llevado vivos.
Más tarde Doña Rosario Ibarra de Piedra, dijo unas palabras sencillas y alentadoras "ya hubiéramos querido encontrar a gente como ustedes cuando empezábamos a buscar a nuestros hijos" (en referencia a la desaparición de su hijo después de los movimientos del 68). Ella explicó que los levantones no existen, son desapariciones
forzadas, todos esos "levantones" son secuestros.
Imagínate si usáramos el vocablo correcto de secuestro para cada desaparecido, ya tuviéramos una revolución o, ¿no?.
Después vino Sicilia quien explicó que la marcha que terminará en Ciudad Juárez tiene el objetivo de meter una iniciativa en la que, entre otras cosas contemple el voto en blanco: o sea, contaremos los inconformes.
Termió aquel acto cívico con la voz de Dolores Rangel entonando "Solo le pido a Dios" y todos, nos unimos nuestras voces. Estaba segura, de que así como yo estaba acompañada por mi familia, muchos otros estaban arropados de amor por sus familias, pero esa noche, conocimos a los otros, los que ya no duermen en paz, los que ya no concilian en sueño por la pena y el dolor. Nunca más podrán serme indiferentes. Me duele su dolor. Me duele hasta la sangre. Me duelen los muertos de hoy: el colgado en un puente, el ejectuado en la Estanzuela y esa mujer, cuyo cuerpo separado, enmudeció para siempre. ¿A quién no le duelen?, ¿a quién?.

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