miércoles, agosto 31, 2011

Cuando la realidad nos alcanza: Casino Royale

Recostada en el sillón vainilla de mi sala, leo un libro que trata del cadáver de una muerta famosa. No me veo en ella, nada de ella en mí, nada de mí en ella. El viento levanta la ligera cortina de papel que cae de mi lado derecho, y me deja ver y oler la lluvia. Oirla. Y me llegan como en torrente las imágenes de los muertos del Casino Royale. Sus voces, sus pasos, sus gemidos, su miedo. Imagino sus últimas llamadas, sus últimos pensamientos. Las más de cincuenta historias por contar: el anillo de compromiso que aguardaba a Jenny, el bebé en vientre de su joven madre (puedo llorar su miedo), la mujer ahora viuda imaginando a su esposo en el interior, y tantas historias más para las que la ficción no alcanza, porque la rebasa. Puedo imaginarme lo que con esta lluvia sienten los huérfanos de esa tragedia, la lluvia que triste caía ese mismo día horas después de la tragedia. Seguro esos pequeños se asomarán por la ventana y estarán esperando a que su madre llegue, los meta a bañar, les revise la tarea, les haga de cenar y les de un beso en la frente. Esos niños, esos hombres, esas mujeres que se quedaron sin alguien en casa. Casas vacías, dolidas, menguadas. Casas vacías, una voz menos, o dos, y hasta tres. ¿Cómo será la casa de las tres hermanas que se fueron juntas en el fuego? Ahora llueve, y en esta ciudad nada cambia, somos los mismos. Los mismos.

lunes, agosto 22, 2011

Días comunes

Días comunes acechan mi calendario. Nada nuevo bajo el sol. Parece que la rutina me espera puntual para el paseo diario. Las mismas cosas a la misma hora por las mismas calles. Días comunes.
Fui al médico, nada de importancia. Fue amigo de mi padre. Mientras el hablaba y me explicaba el tratamiento tan didáctico como siempre, yo veía distraída sus canas.
Me preguntaba cuántas canas tendría mi padre ahora, y mientras pasábamos a temas cotidianos me preguntaba si mi padre se sentiría como su amigo me cuenta que se siente ahora.
Mi padre murió diecihoco días después de las torres gemelas de Nueva York, del 11 S.
El día del 11S fue la última vez que estuvo hospitalizado, inmóvil, sin poder hablar entonces, recibía la noticia de la caída de las torres, desde una pequeña televisión en el hospital. Sus ojos delataban asombro. Y el espectáculo del mundo apenas empezaba.
Entonces el mundo no había cambiado tanto. Ahora Estados Unidos está prácticamente en bancarrota, Europa entera desestabilizada por distintos factores, Medio Oriente buscando libertad, México hundido en el narco, Asia a la espera como un gato al acecho de que Estados Unidos quiebre y se instaure, entonces, por fin, la era de dominio asiático.
Mi doctor seguía hablando, me revisaba, me explicaba y yo volteaba al techo, a ver las luces. Cuántas veces estuve en ese consultorio. Cuántas en el consultorio de mi padre. Los dos tenían tonos verdes.
Sería mi padre mi médico, con el que hablara de si quiero o no tener más hijos, de la edad, de la vida, de la política. Qué diría mi padre ante este franco desorden que padece el país. Que diría del Seguro Social del que vaticinó sus problemas hace más de treinta años.
¿Qué diría?, ¿cómo sonaría su voz ahora?, ¿que diría de mis hijos?, ¿que diría de mi vida?, ¿qué podría yo contarle de nuevo?, ¿qué me aconsejaría a esta altura de la vida?
Así salí del consultorio de su amigo, con el remedio en mano y cargando un costal de dudas. Después llegar a casa, a preparar la cena y a seguir masticando dudas, a seguir con la vida. Faltaba más, diría mi padre.


jueves, agosto 18, 2011

De escribir y otras pasiones

Ayer leí un artículo de Angeles Mastretta en Letras Libres. Me acuerdo cuando leía sus libros y decía: quiero escribir como ella. Sus recuerdos me llevaban de la mano. Mis ojos crecían con sus mujeres, encontraba a alguna conocida en cada personaje.
Esta vez su columna trataba de una máquina vieja en la que empezó a escribir. Y allá voy, de su mano a mis recuerdos: yo aborrecía las máquinas. Prefería las hojas sueltas o los cuadernos.
Siempre quise tener un diario, de esos secretos, de los que no puede abrir nadie. Pero nunca lo tuve.
Recuerdo haber escrito mis primeras cosas en libretas de taquigrafía de las rojas y esconderlas bajo el colchón de mi cama. Tampoco duraban gran cosa. Casi siempre tenían destinatario.
Escribía para inventarme mundos posibles. Era escuchada a través de las cartas que le escribía a mi madre. Me creaba situaciones románticas con cartas incipientes que nunca tuvieron éxito.
Al paso de los años, lo único que queda de la escritura es este intento de diario, que de algún modo atestigua mi vida. Hay días en los que el desasosiego llega, se instala y me dicta. Hay otros como hoy, en los que viajo de la mano del recuerdo de alguien, que me lleva a los míos. Y cuando publico el texto, siento que mi carta se va mar adentro, en una botella. Nunca sabes quién te leerá.

miércoles, agosto 03, 2011

Soy pintor porque no puedo ser otra cosa: Julio Galán

Hoy el artista mexicano Julio Galán cumple cinco años de habernos dejado sobre lienzos su vida.
La noche en la que Julio durmió para siempre fue en el Hotel Quinta Real de Zacatecas. Esa suite que está bajando las escaleras del lobby y que ahora lleva su nombre en una placa dorada.
Julio siempre vivió debajo de una escalera. Eso lo descubrí entre las pláticas de sus amadas hermanas cuando ellas me permitieron entrar a su casa y me mostraron aquel cuarto que fue su primer estudio, durante el tiempo que preparamos el primer catálogo póstumo para la exposición "Pensando en ti".
Me agudardaban caminos e historias por descubrir, como las que cada coleccionista me regalaba mientras me dejaba verificar la fidelidad del color de sus cuadros contra mis pruebas de color (un proceso de imprenta)para el catálogo.
Los coleccionistas y su hermosa familia, sus amigos y fotógrafos (inlcuida mi querida LuzMa) me abrieron sus corazones. Me contaron tantos recuerdos invaluables. Memo, su curador, que confió su texto el que leímos y corregimos juntos y del que todavía recuerdo frases completas. Y claro, las anécdotas amorosas y divertidas de su sobrino Felipe.
Carlos Monsiváis se apareció un día justo por la espalda y me preguntó si el texto era lo que yo esperaba para el catálogo. El resto de la conversación es secreta.
Francesco Pellizzi, quien le hizo un tercer texto en el que trata sobre aspectos pictóricos sumamente develadores y deslumbrantes com crítico de arte.
Recuerdo las fotos que se tomó con Andy Warhol y con Francisco Toledo. Julio con un murciélago pintado en la frente. Autoría de Toledo. Esa sonrisa de cómplices en esa foto del catálogo.
Quizá lo más hermoso que me sucedió en esos andares fue precisamente la faceta que me descubrieron sus hermanas. Julio no sólo se limitó a los lienzos de gran formato. A veces, en ocasiones especiales, preparaba detalles únicos para sus más queridos. Es así que una de sus hermanas me enseñó bolsas intervenidas con pinturas de Julio. O cuando me contaron de aquel vestido que intervino para una famosa modelo. O el regalo de bodas que hizo para una de sus hermanas: un collage en el que lucía un vestido de novia con flores vivas.
Julio no conoció límite entre la realidad y la ficción. Estoy segura que su mundo personal rebasa el nuestro. Ése que nos afanamos en tratar de entender. El de Julio, el mundo de Julio es inaccesible para los mortales. Sólo sus cuadros nos recuerdan cada periodo de su vida como pintor, luego como persona.
Julio, el hombre precioso, el vanidoso, el que siempre estaba a la moda. Sus singulares uñas negras. Julio el hermano amado, el tío querido, el compañero de escuela, el amor de otros.
Las innumerables fotos que LuzMa y otros fotógrafos le tomaron, atestiguan una vida ajena a la nuestra. Julio angelical, Julio divino, Julio semidiós, que es la imagen que quizá más amo de él.
Una noche como ésta, Julio se habría quejado de un dolor de cabeza, habría pedido a su chofer que lo llevara al hotel y después habría llamado a su hermana. Una noche como ésta durmió para siempre. Como solo en los cuentos sucede.